Un escrito del autor: *Ramón Molina Chávez. (†)
Originario de la comunidad de Urén, Michoacán.

La comunidad Purépecha de Huáncito es uno de los pueblos más antiguos que se estableció en la hoy Cañada de Chilchota, Michoacán, pueblito de leyendas, pueblo en cuya vista panorámica se aprecian viejos callejones llenos de sol que van a convergir a una placita. En el costado norte de ésta se encuentra la iglesia del nuevo Dios… Hijo de María…

Frente al templo está un ciprés alto y delgado que con su perenne follaje adorna el panorama. Al costado sur del atrio está una vieja camelina y unos grandes fresnos bajo los cuales el indio se sienta a descansar y la guarecita de Carapan vende tamales de harina o de maíz todos los domingos. Hacia el sur de este pueblito, el río llamado hoy castellanamente El Duero, serpentea bañando los sauces que tienen en sus riberas. Todo el conjunto parece una laboriosa telaraña donde todo es apacible calma, interrumpida sólo por el murmullo del río, el gallo que canta y las campanas de la iglesia que todas las tardes llaman al rosario. Así es el Huáncito de hoy; antes… no sé cómo sería…

Pero cuentan que en el Huáncito precortesiano ahí tenía su asiento un señorío del rey Zinzicha (el que tiene doble dentadura).

En este pueblito, sucedió hace mucho tiempo, vivían unas doncellas que como fragantes flores adornaban aquel paisaje. Los señores de importancia de ese tiempo enviaban mensajeros exprofeso para que testificaran si efectivamente era tanta la belleza de las doncellas. Los enviados, una vez estando en presencia de las jóvenes, se quedaban extasiados porque todo era grato a sus sentidos; sus ojos se recreaban al contemplar aquellos cuerpos esculturales y aquellos rostros en que todo era gracia. El oído también se deleitaba al escuchar su voz que era melodía femenil hecha palabra y su sonrisa tierna como la luz de la mañana.

De regreso, llegaban los comisionados a dar cuenta de la misión a su Señor y exclamaban diciendo: “Señor, la belleza que han contemplado mis ojos es maravillosa; esas jóvenes son dos flores que se comparan con la flor de coral (charánguin tsïtsïki) porque de ese color son sus labios y cuando ríen, en su boca asoman unos dientes blancos que brillan como los granos de elote cuando la milpa ya terminó de gilotear. Sus ojos son tan negros como cuentas de obsidiana; sus cabellos delicadamente caen sobre sus espaldas, llegan casi hasta abajo de las corvas y brillan con el esplendor del sol. ¡Todo es cautivador en esas mujeres!”

Los señores escuchaban atentos a sus enviados e inmediatamente planeaban la manera de pedir la mano de alguna de ellas para uno de sus hijos. Apuestos jóvenes emprendían prolongadas caminatas desde muy lejanas tierras e iban dispuestos a conquistar en cualquier terreno el amor de una de las doncellas.

Las jóvenes, para lucir su gracia, bajaban todas las tardes hasta el río para llevar el agua y en su casa regar las flores. Caminaban desde el pueblo hasta el río por una vereda angosta matizada de florecillas y zacate; a los lados del camino había cercas de piedra y a veces latas de pino metidas en horcones de madroño o encino. En su camino, las jóvenes encontraban siempre algún mancebo intrépido que les salía al paso. Las dos eran codiciadas, y los jóvenes que no tenían la fortuna de dialogar con ellas, de lejos las veían como a diosas a quienes como ofrenda legaban sólo suspiros prolongados. Pero estas doncellas no sólo eran dos, sino que había una tercera que por ser la más chica de edad, el amor no le importaba; ésta fue creciendo también con singular belleza y una vez pasada la adolescencia su corazón latía con fuerza, pues estaba enferma de amor.

Se juntaban las tres hermanas para ir a traer el agua y dos jóvenes ya estaban a los lados del camino para detener en su trayecto, uno a la más grande y otro a la que le seguía. Sólo a la más chica nadie le hacía caso y ella entristecida y resignada, pacientemente esperaba hasta que sus hermanas dejaban de platicar. Todos los días era o mismo, sus hermanas platicaban y ella a cierta distancia esperaba. La pequeña doncella con sus hermanas rivalizaba en belleza, pero con ella nadie platicaba. A veces lloraba y en su interior se decía “Mis hermanas son como dos flores que todos quieren cortar, sólo a mí no me hacen caso; pero me voy a ir lejos de aquí. También seré una flor, de tal modo que ninguno de los hombres, ya sean jóvenes o viejos, puedan resistir la tentación de cortarme”.


Flor orquídea del campo o iurhí tsïtsïki, en otras regiones conocida como córpus tsïtsïki / flor de corpus.

Era una tarde. Faltaban pocos días para que la primavera cumpliera su misión de dar vida y madurar los frutos. Se avecinaban pues las primeras lluvias. Esa tarde llovió y la tierra sedienta se regocijaba expidiendo en señal de agradecimiento su olor característico a terrones mojados. Acababa de llover; los cerros estaban limpios y presentaban un color azul verdoso; los árboles de vez en cuando eran sacudidos por el viento y las gotas de agua retenidas entre sus hojas las dejaban caer. El sol ya estaba a la altura de un otate y las nubes presentaban un cuadro celestial bordadas de oro para sombrear luego el panorama de un horizonte enrojecido.

Las doncellas, como de costumbre, pasada la lluvia bajaron al agua no tanto por regar las flores sino por platicar un rato y hablar de aquella tarde tan bonita. Sólo la doncellita, con los ojos llorosos, se apartó de inmediato y absorta se quedó contemplando el paisaje, pues para ella era una tarde hermosa pero triste, era una tarde llorosa… Contempló un pequeño cerro, el más cercano, y de pronto le dio por caminar hacia él. Sus hermanas extrañadas le preguntaron que a dónde iba, y ella, un tanto retraída por el llanto les dijo: “Me voy a donde me hagan caso; donde sea como una flor y todos quieran cortarme”.
Algunos jóvenes, extrañados por aquel proceder, la siguieron y ella continuó caminando hasta faldear el cerro; mientras tanto ya el sol se había ocultado y las sombras de la noche comenzaban a pardear la tarde. Estaba obscureciendo y ella aún seguía caminando cuando de pronto vio un árbol viejo cuyo tronco era en partes retorcido y tenía pocas hojas, pero que aún se erguía con su bordón de tecata verde. La doncellita por un momento se quedó pensativa y después se subió al árbol. Ahí la sorprendió la noche. Los hombres que la seguían uno al otro se codeaban haciéndose mutuamente conjeturas, pues todavía no salían de su asombro; mientras tanto las hermanas a sus papás daban cuenta.

La doncellita en el árbol esperó la noche, mientras los grillos y demás nocturnas avecillas entonaban a coro una alabanza con que se saludaban. La noche parecía obscura, pero al poco tiempo, cosa rara, las nubes se alejaron para dar paso libre a la luna, a cual parecía más resplandeciente que nunca y en medio de un cielo tachonado de estrellas, su luz blanca esparcía sobre las sombras, y la doncellita absorta se quedó contemplando semejante belleza. La luna durante toda la noche su luz concentraba sobre el árbol y de vez en cuando una estrellita jugueteaba haciendo señas desde lejos con su centelleo.
Pasó la noche y la aurora del nuevo día se asomaba. Hacía frío; el zacate estaba mojado; el árbol viejo tal parecía que después de un profundo sueño despertaba agitando sus nudosas ramas. Pero la doncellita ya no estaba, y en su lugar sólo se hallaba una hermosa flor morada lila cuyos pétalos con manchas blancas las gotas de rocío aprisionaban. Esta flor es la orquídea del campo o iurí tsïtsïki, como se llama desde ese entonces.

Los hombres que cerca de ahí estaban a cual más la flor se disputaban y hoy en día esta florecilla se regó por todos los cerros embelleciendo los árboles vetustos y de nudosos troncos. Desde entonces, tanto el humilde pastorcillo de corta edad, el gallardo joven o el viejo leñador de cabeza cana, barba rala y blanquecina, al pasar junto a esta flor de singular belleza siente subyugadores deseos de cortarla, pues su hermosura los cautiva y con orgullo la lucen en su sombrero nuevo o sombrero viejo y tosco con alma de k'arhátakua.

¡Qué hermosa es la iurí tsïtsïki!

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Nota: Esta leyenda se revive después de 59 años da haber sido publicada, se ha rescatado del olvido gracias a un ejemplar de publicación mensual nombrado “Vida Nueva” del mes de Septiembre de 1956 (Año I, Núm. 2, D.F.), el cual era un órgano de difusión local. Dicho ejemplar se encuentra en el Archivo personal de José Medina S. y se publicó en la edición Número 14 del periódico local "Uandákua" en el año 2016.










*Ramón Molina Chávez (1925 - 2010), personaje ilustre de la comunidad Purépecha de Urén, Michoacán. Nace el 25 de julio de 1925 y muere en el año 2010. Su educación básica la cursa en un internado en el pueblo de Paracho, posteriormente se va para San Luis Potosí a continuar sus estudios y de ahí regresa a Michoacán, sólo que esta vez a La Huerta, en Morelia, de esa ciudad se irá al Distrito Federal para estudiar la carrera de Ingeniero Electricista en la Escuela Superior de Ingeniería Mecánica y Eléctrica del IPN. Una vez que egresa de dicho Instituto consigue un empleo en la Administración Pública de lo que entonces era el Departamento del D.F.; también trabajó en Monterrey y finalmente para la Comisión Federal de Electricidad en Uruapan, donde se jubila. Precisamente fue en Uruapan donde vivirá con su esposa, originaria de Paracho y con quien tuvo 7 hijos, 3 mujeres y 4 hombres. Además de ser reconocido como Ingeniero, se destacó también como escritor y perteneció en Chilchota a una asociación denominada Asociación de Maestros Profesionistas y Estudiantes de La Cañada y fue integrante del Consejo Editorial de un periódico llamado "Vida Nueva", en donde publicó una leyenda escrita por él, en ella habla sobre origen de la flor que en castellano se conoce como Flor de Corpus, esta leyenda se titula "iurí tsïtsïki". No cabe duda de que Ramón Molina Sánchez hizo una trascendente aportación a la cultura de la región P'urhépecha.