UNO

!Juchári Uinápikua! ¡Fuerza guerreros!” La invocación rompió las penumbras de la noche que estaba por marcharse y se esparció entre el monte, por cuyos árboles la luna se asomaba antes que la luz del amanecer la escondiera completamente. Los que escuchaban la invocación eran los mismos que la pronunciaban; un número reducido de personas, aunque por lo que representaban podría decirse que era todo un pueblo. Entre ellos estaban los doce k’eris del primer Concejo Mayor del municipio de Cherán, que ese día entregarían el poder a los doce del segundo que lo recibirían. Ellos eran los principales protagonistas del acto, acompañados de algunos familiares y amigos y algunas personas solidarias con su lucha. No es que el pueblo no se interesara, lo que sucedía es que se trataba de un acto muy solemne y por lo mismo sólo participaron las personas convocadas.

El ritual se celebró en el paraje tupukatiro, ubicado en el cerro de San Marcos; un asentamiento prehispánico donde la historia oral afirma que existieron yacatas —pirámides— y en Cherán se considera el origen del pueblo, aunque actualmente se conoce como Piedra del Toro, sin que por eso pierda su carácter de lugar sagrado. Para evitar cualquier sorpresa, un día antes la ronda comunitaria ocupó el lugar, asegurando que no sucediera algo fuera de lo programado. Lo encabezaron cuatro nana k’ericha, señoras sabias, de gran respeto y honorabilidad entre los cheranenses. Sus invocaciones incluyeron rezos y cantos que más que a los presentes se dirigían a los espíritus guardianes del bosque. Comenzó con la presentación de todos y cada uno de los asistentes, quienes explicaban la razón que los llevó hasta ahí. La mayoría dijo que para dar continuidad a la lucha que iniciaron el 15 de abril del 2011, cuando decidieron hacer frente al crimen organizado que además de devastar sus bosques comenzaba a extorsionar y cobrar piso por cualquier actividad que realizaran y al que no cumplía su voluntad lo asesinaban impunemente, sin que las autoridades hicieran algo por impedirlo. También dijeron que participaban para mantener viva la memoria de sus compañeros que entregaron su vida por conseguir seguridad para el pueblo.

Cuando todas las personas habían participado las Naná k’ericha se levantaron de su lugar y, portando ensomerios donde se quemaba el copal, comenzaron a limpiar a los presentes antes de pasar a lo central del acto. Conforme iban cubriendo a los presentes con el humo del copal, pedían a los espíritus que protegieran a todos y los guiaran por el buen camino. Una vez que hubieron terminado comenzó lo más importante del ritual. Las Naná k’ericha tomaron la vara de mando del Pueblo P'urhépecha, que el responsable de custodiarla y presentarla en los actos importantes de los pueblos había puesto en sus manos, y la expusieron al calor del fuego para purificarla. Mientras los listones de la vara se tocaban con las calurosas llamas, las invocaciones subían de tono. Finalizada esta parte de la ceremonia, la entregaron a los integrantes del Concejo Mayor saliente, que a su vez la puso en manos del entrante para que la custodie y la presente en todos los eventos importantes para los Purépecha. La aurora iluminaba el bosque y el sol comenzaba a lanzar sus primeros rayos cuando el ritual del cambio de mando quedó consumado. Los participantes regresaron al pueblo a prepararse para el acto público que se realizaría horas después en la plaza municipal.

DOS

El acto político donde se haría el cambio de mando estaba anunciado para las nueve de la mañana pero todos sabían que comenzaría entre diez y diez y media. Cuando esa hora se iba acercando la gente comenzó a juntarse en las barricadas de su propio barrio; todos y todas iban ataviados con sus mejores galas, como se usa en las fiestas y grandes acontecimientos, que no otra cosa era éste. Una vez que la mayoría se encontraba reunida, el sonido de un cohete al estallar en el aire anunció que era la hora de avanzar hacia la plaza central. Adelante marchan los k’eris del nuevo Concejo Mayor, seguidos de la gente de su barrio; cerraba la descubierta la banda municipal que cada barrio lleva para alegrar el momento.

Las marchas eran combativas pero no por eso dejaban de ser alegres. Aglutinados en pequeños grupos, los participantes bailaban al compás de sones y abajeños, pero, sobre todo, la pieza emblematica del municipio conocida como “el corpus”, acompañadas de sones, abajeños y una que otra pirékua; también se daban tiempo para corear consignas clásicas de la izquierda adecuándolas a su situación concreta: “lucha, lucha, lucha; no dejes de luchar, por un gobierno nuevo, de tipo comunal”, se escuchaba por las calles. Conforme iban entrando a la plaza, los miembros del Concejo entrante y saliente ocupaban el presídium, junto con los invitados especiales; abajo, al frente de todos los contingentes, los miembros de los diversos Concejos operativos, que entre todos sumaban alrededor de ciento veinte miembros.

El evento abrió con un programa cívico donde se rindieron honores a la bandera nacional y la bandera purépecha. Después, otra ceremonia indígena, aunque no tan conmovedora como la de tupukatiro. Siguiendo el programa, el conductor anunció que el magistrado Juan Carlos Silva Adaya, presidente de la Sala Regional Toluca del Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación, donde el 2 de diciembre del 2011 se dictó la sentencia que reconoció al Concejo Mayor como autoridad legal del municipio, tomaría la protesta a los k’eris del nuevo Concejo. El funcionario judicial lo hizo en nombre del pueblo de México y del pueblo de Cherán. Aprovechó para recordar las enseñanzas de este municipio y, sobre todo, dijo, de sus mujeres, que, “no sólo son cimiento de vida, sino combativas”, porque fueron la chispa que encendió la conciencia para reclamar sus derechos originarios. Ya investido de autoridad, el segundo Concejo Mayor tomó protesta a los Concejos operativos.

Cuando terminaron, los habitantes colocaron kanákuas —coronas construidas con plantas de nuríten y adornadas con listones— a los k’eris salientes, como símbolo de respeto y honorabilidad, y de que habían cumplido su encargo a satisfacción de los habitantes; también colocaron pandárhikuas —adornos a base de pan y artesanías regionales— a las personas distinguidas del pueblo. El evento final del acto corrió a cargo del k’eri Trinidad Ramírez Tapia, quien a nombre del primer Concejo entregó el bastón de mando a los entrantes. “Cuídenlo, les dijo, porque representa la autoridad y la dignidad de nuestro pueblo”. Quien lo recibió a nombre del nuevo Concejo, prometió que lo cuidarían y harían un buen uso de él. Después todo fue fiesta. Las bandas compitieron tocando sus mejores piezas musicales mientras los asistentes degustaban la comida preparada por los barrios, especialmente para el evento.

En eso estaban cuando una pertinaz lluvia comenzó a caer sobre el pueblo, remojando a sus habitantes. Unos dijeron que el cielo lloraba de alegría porque el cambio de poderes se había realizado sin contratiempos; otros, que era un augurio de que con el paso dado, la lucha de Cherán había echado raíces y ahora habría que cultivarla para que el tallo se fortaleciera. De lo que la gente estaba segura es que con el acto su camino quedaba remarcado y la fuerza para caminarlo fortalecida.

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Un escrito de Francisco López Bárcenas.
Ojarasca. Periódico 'La Jornada'. 2015/09/12