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Tema: Arte: Utopía y Realidad. En los imaginarios creativos de un Pueblo en pié de lucha: Santa Fe de la Laguna (1979-2014)
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17/03/2014 #1irékati
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- 10 feb, 08
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- Pueblo P'urhépecha. Michoacán, México
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Arte: Utopía y Realidad. En los imaginarios creativos de un Pueblo en pié de lucha: Santa Fe de la Laguna (1979-2014)
Escrito por José Luis Soto González.INTRODUCCIÓN.
ARTE: UTOPÍA Y REALIDAD, en los imaginarios creativos de un Pueblo en pié de Lucha: Santa Fe de la Laguna, (1979-2014)*, es un compendio de las acciones y preocupaciones centrales del Taller de Investigación Plástica que ha puesto en marcha un conjunto de prácticas sociales y propiamente artísticas hacia la producción de efectos sensibles, donde la concepción utópica y estética, marcaron un cambio de actitud y conceptual para la producción del arte en México a partir de los años 70 del siglo XX, contribuyendo significativamente a la objetivación del poder autónomo por la defensa de las tierras comunales, que marcaron un antes y un después en este pueblo histórico. La crónica de esta lucha comunitaria ha sido registrada por varios observadores externos e historiadores de la misma comunidad; pero lo que ha quedado pendiente es la cronología de los acontecimientos vistos desde el espejo histórico del arte, de un arte comunitario que se hizo a contra-corriente de las tendencias dominantes, subyugadas al mercado, al comercio nacional e internacional del arte y a las restricciones de los públicos elitistas.
El presente trabajo es el registro de un Arte Utópico Posible, realizado en el “aquí y ahora” cuando el auge revolucionario del pueblo sacudió todos los ámbitos de la psique individual y colectiva, registrando con imaginación y pasionaria fuerza los hechos culminantes que marcaron un hito de contraofensiva a los enemigos internos y externos de la comunidad, llevando hasta las últimas consecuencias el rescate de la memoria histórica, de los símbolos propios y de la salvaguarda de los bienes comunales. Esta comunidad purépecha ubicada a orillas del lago de Pátzcuaro y cuyo nombre original es Ueámuo, que quiere decir “Lugar de donde sale algo” (seguramente lava del volcán que ahí se ubica, o para nosotros, lugar donde renació “Nuestra Fuerza”) y que en los documentos antiguos se dice: Uayameo. Así, Santa Fe de la Laguna se ha transformado a partir del último tercio del siglo XX en una comunidad emblemática de una lucha étnica siempre renovada por mantener su identidad histórica y su regeneración cultural a través de los tiempos.
Probablemente pocas Comunidades del planeta tengan en su historial una tradición tan honda en sus raíces culturales como etnia y al mismo tiempo, en su devenir histórico que se expande a la antigüedad clásica y renacentista a través de los siglos, siendo escenario de trascendentales acontecimientos donde el humanismo del nuevo mundo, a partir de la llegada de los españoles, dieran las condiciones indispensables para que Vasco de Quiroga pusiera en marcha la fundación de sus hospitales pueblo, primero en Santa Fe de México y luego en Santa Fe de la Laguna, llevando a la vida práctica las ideas más avanzadas de su tiempo por construir un nuevo mundo, inspirado en el pensamiento de la Utopía de Tomás Moro, buscando instaurar por vez primera una edad de oro situada en el paraíso perdido de la Biblia, donde no existiera la propiedad privada, ni la desigualdad de clases, ni la sujeción del débil por el poderoso. El libro nos remite a las ideas de Platón y de Luciano, y con él ingresa al idioma universal el nuevo vocablo y el concepto universalizado de “Utopía”.[1]
La historia de Santa Fe de la Laguna nos ha enseñado hasta el presente, que la lucha por la tierra y su concepción como parte de la lucha de clases y de la lucha étnica en especial, es el fundamento de su historia pasada y presente, para comprender críticamente la relación del poder por la Tierra, contrariamente a la manera como la concibe la cultura occidental y por lo tanto, podemos llegar a comprender el poder de la tierra a la manera indígena de los pueblos mesoamericanos. Al mismo tiempo, en los terrenos de Santa Fe de la Laguna, bajo el pensamiento de Vasco de Quiroga, a partir de la conquista española, se entreveran y enlazan varias vertientes culturales: el comunalismo purépecha, el humanismo cristiano y el renacentista; el primero como una herencia genética de religiosidad hacia la tierra y de veneración a su cosmogonía que proviene del fuego; la segunda, inspirada en el cristianismo primitivo; y la tercera, heredera de la antigüedad clásica, desde el modelo de Tomás Moro inspirado en Platón y luego con la adopción de los aportes de Virgilio, Horacio, Luciano y Erasmo.
En medio de este entrecruzamiento de lecturas que enriquecen la historia de Santa Fe de la Laguna, hemos aprendido con las experiencias de esta lucha agraria, que la historia global ha estado presente desde hace varios siglos en la conciencia utópica de este pueblo en rebeldía. Al mismo tiempo, hemos asimilado que para incidir o profundizar en los proyectos locales se debe pensar globalmente, es decir, ubicar nuestro arte en los terrenos propios del discurso artístico pero sin olvidar la complejidad de la historia de las ideas, especialmente cuando una comunidad revive su pensamiento utópico frente a la adversidad histórica. Aunque el mundo contemporáneo ha puesto en entredicho el valor del pensamiento “utópico” al considerarlo irrealizable, por los comunicadores sociales y los filósofos de la posmodernidad, teóricos y pragmáticos del mercado, descalificando todo aquello que pueda expresar una forma de pensamiento o sentimiento “utópico”, pretendiendo a su vez hacernos creer que la historia ha llegado a su fin, es decir, al fin de las ideologías, sugerido por F. Fukuyama, afirmando que las ideologías no mueren, lo que desaparecen son las utopías en su testimonio superador de lo ficcional y como expresión de una realidad que es posible, aunque sea su búsqueda. Ante el fracaso de la Unión Soviética en lo económico y lo político, solo queda reducir a aquellos que portan pensamientos delirantes como una forma de unificar al mundo bajo el signo presagiado por Orwell (1950) como un ojo inmenso (El Hermano Grande) y omnipresente que controla todos los actos y acontecimientos que se suceden en el mundo.
Recordemos que el propio Marx fue un utópico en sus trabajos de juventud, pero su afán de convertir en científicos sus propósitos políticos, lo llevaron a convertirse –también a él- en un enemigo de la utopía, debido a que en ésta la organización política no tiene un papel preponderante, en realidad, por entonces, la utopía era propiedad de sus acérrimos adversarios, los anarquistas, los libertarios o también llamados maximalistas. Pero no debe olvidarse que fueron esos anatemizados socialistas utópicos quienes fueron los primeros y auténticos precursores del socialismo, cuando denunciaron y pusieron en discusión y al descubierto las lacras que tenía y tiene el capitalismo. No es de extrañar que Marx y Engels criticaran de manera ácida al socialismo utópico. En realidad para el marxismo, término acuñado a finales del siglo XIX por F. Engels, le adjudicaban al vocablo “utópico”, el sentido de idealista y, por consiguiente, era despreciable en cuanto y tanto se oponía radicalmente al sentido materialista que pretendían ofrecer al movimiento obrero. Quizás uno de los errores del marxismo fue olvidarse que él también tiene fuertes contenidos idealistas y que el idealismo, como tal, no es despreciable en sí mismo cuando está apuntando a la modificación de los modos de vida materiales del proletariado y de los que no tienen las características objetivas de proletarios pero viven la indignidad de la falta de respeto por los derechos humanos fundamentales, especialmente respecto a los derechos de los pueblos indígenas como ocurre actualmente casi en todo el continente americano.
En el grito emblemático de “Juchári Uinápekua” (Nuestra Fuerza), surgido en las marchas de finales de los años setenta del siglo XX durante la lucha por la tierra en Santa Fe de la Laguna, y que después habría de identificar a toda la etnia purépecha en su lucha por la defensa de los bienes comunales y de sus territorios, se sintetizan las leyes del desplazamiento utópico del movimiento indígena-campesino iniciado a partir de la insatisfacción inicial a la aplicación posterior de una organización independiente a la del Estado y del consentimiento comunal para llevar adelante una lucha no paternalista y poderla aplicar posteriormente en resultados objetivos de recuperación de las tierras, así como de la memoria histórica y de la identidad étnica.
Precisamente en 1979, se inicia en la lucha campesina de Michoacán, una conexión vigorosa entre los conceptos: utopía, estética y poder. Donde las prácticas del arte participativo del Taller de Investigación Plástica, puestas en marcha al interior del movimiento indígena-campesino de Michoacán, en especial a partir de la lucha de Santa Fe de la Laguna, que daría momentos culminantes de percepción y producción de efectos sensibles tanto entre los comuneros en pie de lucha, como también hacia los públicos citadinos que fueron testigos de su significación, abriendo no solo una nueva sensibilidad, sino una conexión inédita con el poder de imaginar un mundo más igualitario, fraterno y de igualdad, tal como lo imaginara Don Vasco, utilizando ahora, la poderosa arma de un nuevo arte libre, independiente, revolucionario y comunitario, que recogía una tradición de siglos y una rica experiencia en el arte de la utopía posible como insurrección creativa.
A diferencia del plan maestro de Vasco de Quiroga para llevar adelante su proyecto local y regional inspirados en la Utopía de Tomás Moro; en 1979, se inicia en Santa Fe de la Laguna una organización comunal en torno a la defensa de los bienes comunales, en el seno de la cual los comuneros habrán de soportar igualmente las consecuencias, poniendo la vida de por medio al enfrentar las circunstancias, sean las que fueren, a partir de la elección comunitaria de sus decisiones. Los comuneros que se atrevieron a defender sus derechos son los que aceptaron los riesgos; nadie más que ellos habrían de sufrir los resultados eventuales que por cualquier error de juicio surgiera de las decisiones comunitarias.
Progresivamente el movimiento de Santa Fe de la Laguna, provocó una insospechada pasión de varios sectores de intelectuales purépechas y de otros, que sin pertenecer a la etnia, nos sumamos a la búsqueda de un mundo más humano e igualitario, abriendo con nuestro arte nuevos territorios inexplorados para la investigación de las artes. Investigación que sin saberlo cabalmente, nos conectaba con aquella búsqueda iniciada desde el siglo XVI con la obra “Utopía” de Santo Tomás Moro, estadista, escritor y teólogo inglés, y que exhibió en juego de ironías a los grandes movimientos democráticos de su tiempo que promovían el comunalismo de bienes, de igualdad y de defensa. La originalidad de Utopía estriba precisamente, en la ruptura con la tradición social católica donde la propiedad privada siempre había sido considerada como un derecho natural.
Moro haciendo un análisis crítico de la sociedad inglesa y europea, donde veía grupos de la élite aristocrática y secular, gobernados por el egoísmo, la miseria, el desorden, la usura y las injusticias; imaginó una tierra en donde se llevaría a cabo la organización ideal del Estado. Esa tierra es Utopía (que significa: “en ninguna parte” o “no hay lugar”), en donde los ciudadanos tienen la facultad de transformar la sociedad en algo más justo y humano. En cambio, en Isaías, tal ideal de justicia, paz y armonía no vendrá de parte del hombre. El Mesías anunciado por el profeta, será el único que establecerá ese reinado esperado en el mundo.
Con el descubrimiento del nuevo mundo, la cultura española tradicionalista y acorde con el anhelo renacentista de un mundo puro, logra enlazarse a la influencia humanista, con el prospecto de las nuevas tierras descubiertas, bajo tendencias naturalistas como depuradoras, que al ser inoperantes en la Europa de esos años, conduce a un sector de los descubridores a buscar su implantación en la humanidad nueva. Los simpatizantes españoles de la Utopía de Tomás Moro siguieron con extraordinaria acogida la orientación humanista de la misma, siendo la figura de Vasco de Quiroga, en su carácter de magistrado y designado oidor de la Nueva España en el año de 1530, y después como primer obispo de Michoacán, que en su afán de emprender la organización del país conquistado nueve años antes por Hernán Cortés, ajusta la vida de los pueblos descubiertos al esquema utópico de Moro, reinterpretando y haciendo sus propios ajustes a la realidad comunitaria de los pueblos indígenas, pero por supuesto, valiéndose de la estructura social comunitaria ya existente.
Habría que subrayar que el pensamiento utópico de Vasco de Quiroga es rectificador de la Utopía de Moro, que no por ser de raíz democrática es menos despótica y tiránica, y donde los delitos graves, por ejemplo, no se penan con la muerte sino con algo peor, la esclavitud, salvo los condenados reacios, que son matados como bestias salvajes. La utopía vista por Vasco de Quiroga puede ser realizada en la parte que no es utópica, es decir, en su relación inmediata con la realidad que encontró dentro de la cultura comunitaria de los pueblos establecidos en el territorio michoacano. Obra de fecundación, más que de imitación, de resignificación más que de copia.[2]
Así nacen los hospitales-pueblo, pasando de la teoría especulativa a una práctica operativa basada en la organización social en donde unos debían dedicarse al cultivo de la tierra, otros a las artes y oficios y los últimos al intercambio de bienes; sin que quiera decir que no pudieran cambiar de ocupación. De acuerdo a Tomás Moro, el jornal de trabajo debía durar lo que fuera necesario, pero según Quiroga, bastaba con seis horas diarias, tres antes y tres después del mediodía. El resto del tiempo se utilizaba para el estudio, la reflexión, el arte y la creación. Esto era suficiente para satisfacer las necesidades de la comunidad, de las familias y de sus integrantes, sino también para acumular excedentes y reservas; Y estas se guardaban celosamente bajo tres llaves y se utilizaban únicamente para dos efectos: proveer en todo tiempo a los enfermos, viudas, huérfanos, ancianos, pobres y desvalidos, y proveer a todos en épocas de escasez.
En cuanto a las mujeres, Platón y Moro proponen que se tengan en común. En cambio, Quiroga establece la monogamia y confiere al jefe de la familia monógama la autoridad decisiva en los asuntos públicos. La familia, no el individuo, suministra el elemento primario de la autoridad, tanto del sistema patriarcal, en que el abuelo es el jefe, como del político social, que concluye en el príncipe o principal, ya que las familias votan a través de sus jefes. El principal ha de ser obedecido después del rector del hospital-pueblo y dura en el cargo de tres a seis años, según su desempeño. En la misma asamblea son elegidos los regidores, con facultad para designar a los demás oficiales necesarios a la república. Durarán un año en el cargo, “De manera que ande la rueda –como dice Quiroga- por todos los casados hábiles”. Principal y regidores deben juntarse cada tercer día para que “miren por todos los pobres del hospital”. En lo relativo a la esclavitud, Platón considera que es lícito tener esclavos; Moro los limita a los delincuentes condenados a trabajos forzados, y Quiroga rechaza cualquier forma de esclavitud. Para él, todos los hombres nacen libres e iguales en derechos. Podrá perderse la libertad, pero no la dignidad.
En materia de gobierno, Moro y Quiroga hacen referencia a dos clases de autoridad: la familiar y la popular. Aquella se deposita en los más ancianos, y esta, en la elección por grupos de treinta familias y por voto secreto. En Moro los magistrados son nombrados ad vitam; en cambio, en las Ordenanzas de Quiroga, duran de tres a seis años. En lo relativo al ejercicio de la autoridad, Maquiavelo recomienda inspirar temor, aunque el pueblo no ame al gobernante. Quiroga, por lo contrario, recomienda que se inspire amor, más que temor, y establece que se destituya al gobernante en caso de despotismo. Por lo que toca a los asuntos presentados en asamblea, Moro admite que se acuerden de inmediato, y Quiroga, que se acuerden tres días después de presentados.
Asunto fundamental es el de los castigos, la coacción y las penas. En la república de Quiroga no hay jueces de justicia, ni policía, ni cárceles. No hay castigos corporales, ni azotes, ni tortura, como lo acostumbraron hasta los curas y los frailes de la época. No hay esclavitud, ni servidumbre, ni explotación. Los que no viven de acuerdo a las leyes de la república que conforma el hospital-pueblo, se supone que no están de acuerdo con ellas. Luego entonces procede la expulsión del grupo, no como castigo, sino más bien como solución provechosa para todas las partes. Las controversias son resueltas por ellos mismos con el rector y regidores, “llana y amigablemente”, bajo el principio de que “todos digan la verdad y nadie la niegue... porque -según Quiroga- no hay necesidad de irse a quejar al juez de otra parte, donde paguéis derechos y después os echen a la cárcel”.
El ideal de Quiroga era la fundación de poblados agrícolas, sujetos a ordenanzas y convivencia con frailes que hicieran hábito de virtud, buscando primero expulsar a los encomenderos de todas partes donde fuera posible e impedir la entrada de otros, restituyendo las tierras y otros bienes a los Pueblos. Al mismo tiempo, buscaba desarrollar en cada Poblado una base económica propia. Donde la agricultura fuera insuficiente o dejara demasiado tiempo libre a los pobladores, introduciendo artesanías y desarrollando las existentes. Esto además, buscaba ampliar la base económica agro-artesanal con ganadería de pequeña escala, cría de animales domésticos del Viejo Mundo y cultivo de frutales y hortalizas españolas e indígenas en las huertas de las casas”. (Cfr. A. Palerm. Sep Setentas 52-36)
En sus primeras cartas enviadas a España en 1531, Vasco de Quiroga deseaba implantar una forma parecida a la primitiva iglesia cristiana. Años después, describe en su “información de Derecho” de 1535, temas diversos que tratan de la guerra, la esclavitud, rescates, poblaciones y costumbres como encargo de la corona española a la Segunda Audiencia de México, siendo aquí donde se vuelve a identificar con el ideal de Tomás Moro, en el anhelo de realizar en el nuevo mundo una vida en comunidad donde la sencillez y la perfección fueran tomadas del método de Utopía, infundiendo a este magnífico proyecto una elevadísima moral humanista.
En el período de 1531 a 1535, el impaciente Quiroga, funda a dos leguas de la Ciudad de México, el primer modelo de poblado utópico, llamado hospital pueblo de Santa Fe. Poco después, bajo el mismo principio, funda el segundo hospital pueblo en Ueámuo, Michoacán, conocido desde entonces, en 1533, como Santa Fe de la Laguna. Cuatro años después, en 1537, Quiroga es electo como obispo de Michoacán, hecho que no le impidió seguir organizando poblaciones a partir de los patrones prehispánicos para articular nuevos modos de producción artesanal, traídos del viejo mundo, para fomentar la interdependencia que enfatizaba la solidaridad de los pueblos y la autosuficiencia de producción de bienes y servicios. Quiroga se encarga desde su obispado de aplicar minuciosamente su esquema utópico, invirtiendo su salario y hasta llegar al grado de vender sus vestimentas para pagar los sueldos a los maestros que enseñaban nuevas técnicas, dirigiendo su esfuerzo a adaptar una serie de formas de comunalismo utópico en la organización socio-económica tradicional, como: Tierras comunales de pueblo y de barrio; Repartos periódicos de parcelas para ajustar su tamaño al de la familia; Dotación obligatoria de tierras a todas las nuevas familias; Tierras y cultivos en común para ciertos servicios públicos; Abstención de trabajo asalariado, sustituyendo la necesidad de peonaje por medio de la familia extensa como una unidad de producción y del sistema de ayuda mutua, colaboración mutua y defensa en común.
Dentro de este cuadro general, Quiroga continuó hasta su vejez con el mismo propósito creador, y es entonces cuando redacta las llamadas Ordenanzas para los dos Hospitales-Pueblos, el de Santa Fe de México y el de Santa Fe de la Laguna en Michoacán, Ordenanzas inspiradas en La Utopía de Tomás Moro, adelantándose varios siglos a su época, y subvirtiendo las rutinas escolásticas de la época virreinal, supo vislumbrar una cultura nueva surgida de las ideas más avanzadas del renacimiento y buscó fusionarlas a las formas de organización tradicionales de los pueblos amerindios.
En los arribos de la modernidad del siglo XX, aquellas Ordenanzas de Don Vasco se fueron perdiendo en la memoria de los depositarios de la tierra y de sus descendientes actuales, el pueblo de Santa Fe de México se vino convirtiendo en una representación de la utopía urbana de la posmodernidad, perdiendo no sólo sus raíces ancestrales como pueblo indígena, sino que al convertirse en un lugar paradigmático del desarrollismo a ultranza para la mercadotecnia y el consumo, es también ya el símbolo del colonialismo de la modernidad en el México actual, así como de la globalización mercantil que rige los destinos del orbe, al arbitrio de los especuladores y de los dueños del poder económico nacional e internacional. El otro pueblo histórico, Santa Fe de la Laguna, a orillas del lago de Pátzcuaro, en Michoacán, se ha visto arrojado a la complejidad de la lucha interna y externa, para reencontrarse a sí mismo con sus indestructibles tradiciones ancestrales y hacer frente a su capacidad de respuesta frente a los depredadores de ayer y de hoy, donde el comunalismo racional y crítico, también se ha enfrentado internamente a esa visión del desarrollo como sinónimo de poder económico indefinido, fortaleciendo las decisiones y las capacidades de resistencia de sus pobladores para salir adelante en las vicisitudes del desarrollismo y de la modernidad.
Parecieran emblemáticas las Ordenanzas de Don Vasco de Quiroga para los dos pueblos de Santa Fe, el de México, que hoy día representa para la visión autista de la cultura mexicana, el rostro de la inercia cultural, la apariencia del fin de la historia, de las ideologías, de las raíces culturales y de las utopías. El rostro falsario del etnocentrismo y homogeneizante que impone paradigmas en todos los órdenes culturales, y en fin, los mundos “fashión” del simulacro y de la enajenación de elementos culturales indígenas, afro y populares; la imposición indiscriminada de modelos de control masivo regidos por intereses comerciales que benefician solo a un puñado de oligarcas. Por otra parte, Santa Fe de la Laguna, sigue representando el respeto de las identidades culturales desde los valores y universos propios, los lenguajes, las filosofías y las técnicas “terrenales”. En su arte indígena imbricado desde una memoria ancestral, se siguen produciendo las industrias culturales propias y la innovación sin censuras de sus potencialidades culturales. Pero esta conciencia territorial se encuentra constantemente amenazada por la imposición de cotidianidades e influencias del mercadeo, de modelos culturales cerrados, tradicionalistas y a-históricos, donde la lucha por el poder interno es solo una manifestación de la complejidad donde se enfrentan las visiones del mundo moderno, en toda su confusión y prepotencia, así como también los valores de solidaridades múltiples con conciencia social, como una parte de su pertenencia a la defensa de la tierra, a su visión estratégica y de adaptación creativa frente al despojo de los bienes comunales y la masificación impuesta desde fuera o desde las entrañas mismas de la comunidad.
Dos pueblos simbólicos de la historia crucial del México de hoy en los albores del siglo XXI. Síntesis visionarias de la conquista, la independencia, la revolución y el desarrollismo antagónico del México moderno. En Santa Fe de México, prolifera el mercadeo, las innovaciones foráneas, la creatividad para obtener las máximas ganancias. Y en Santa Fe de la Laguna, la experimentación cultural “con raíces” desde el México profundo que dijera Bonfil Batalla, creatividad para imaginar la autonomía cultural, la expansión de una conciencia utópica y social a partir de la tenencia y la defensa de la tierra y donde las nuevas generaciones siguen enfrentando los retos de las utopías realizables.
La crónica que nos proponemos documentar, es la del lado dialógico intercultural que las artes participativas y de solidaridades múltiples, surgidas a partir de la puesta en escena en los momentos de la revolución cultural anticipativa en Santa Fe de la Laguna, cuando los objetivos de casi todo el pueblo se definieron por reconquistar los valores básicos de la tenencia de la tierra, pero también los de la dignidad, de la justicia, de la vida como adaptación creativa, en fin, los de la fusión del arte como experimentación de la utopía posible más allá de la lucha crucial por la sobrevivencia. Llegar a consolidar un futuro diferente y mejor, dentro de la red de intercambio de saberes y tecnologías apropiadas, pueden coadyuvar a hacer posible esa utopía que buscamos, cuando se asume la voluntad creativa de un pueblo en pié de lucha en el “aquí y ahora”, del colectivo grupal o comunal, que se decide a transformar las realidades que se han vuelto insoportables hasta el grado de llegar a gritar al unísono: ¡Esta comunidad ha dicho Basta¡
Lo ocurrido en el pueblo de Santa Fe de la Laguna en el mes de noviembre de 1979, ha sido documentado en diversas crónicas de periódicos nacionales por distinguidos intelectuales y por los mismos historiadores de la comunidad, pero aquí, queremos dejar los testimonios de un Arte de la Utopía posible surgido de la realidad fidedigna de un pueblo en rebeldía que fue el epicentro transformador de voluntades, propias y ajenas, en esos precisos momentos cuando se necesitaba el auge participativo de la población comprometida, hasta llegar a trascender en imágenes, murales, obras de teatro, esculturas conceptuales, etc., en cuyos actos participativos y artísticos, se documentó la cruda realidad de la historia local, regional, estatal y nacional, llevando en sus propuestas la vivencia viva de un pueblo decidido a cambiar las redes de la “ilegalidad” y la explotación indiscriminada y salvaje del sistema opresivo.
El arte utópico y realista nacido en Santa Fe de la Laguna a partir de 1979, no fue solamente una catarsis colectiva que ponía al descubierto la psicología profunda de una comunidad en pie de lucha por sus derechos fundamentales, sino en especial, fueron obras que propiciaron el distanciamiento psicodramático de los participantes para observarse a sí mismos desde otra realidad, desde el espejo del arte que permite ejercer críticamente las relaciones de poder, o de dominación interna o externa, llevando a los partícipes a una autocrítica individual, colectiva o culturalmente más abarcadora. En especial por medio del arte del teatro indígena, por la pintura mural testimonial y por otras formas de arte público como las instalaciones y la toma de conciencia histórica a través del redescubrimiento de los símbolos ancestrales, como lo fue la toma de la bandera purépecha y el renacer de los rituales arquetípicos de la etnia, que poco tiempo después diera inicio del Año Nuevo Purépecha. Todo esto, como un estallido incontenible contra la historia mezquina, sórdida y criminal que se vivieron en esos días, teniendo como un destello en la memoria el sistema de ayuda mutua, de colaboración mutua y de defensa en común que les enseñara Don Vasco.
Esta documentación de los hechos, vistos desde las fronteras de la utopía posible que es el arte, de un arte específico: Utópico y realista, comprometido con el momento histórico, abierto a la experimentación y a la articulación de las emociones y las percepciones de los protagonistas, de los comuneros y comuneras que recién vivieron los acontecimientos, llevándolos al registro de los sucesos por medio de la actuación y la expresión sensible, comunicable y pública, a fin de mostrar en la plaza y a cielo abierto, en las marchas, o en los muros del pueblo, la representación legítima de sus derechos a la diferencia, tal como lo anunció Vasco de Quiroga, en el marco de sus Ordenanzas, ampliadas en el espíritu de la tolerancia y enriquecidas con la experiencia concreta de reunir a los dispersos y organizarlos conforme a sus ideas, coincidiendo fundamentalmente con las del propio pueblo.
La presente compilación de textos, es una documentación de esos momentos irrepetibles cuando el espíritu de Francisco de Vitoria, Bartolomé de las Casas, Vasco de Quiroga, Tomás Moro, Tariácuri, Hirepan, Hiquíngare y Tanganxuán, despertaron nuevamente entre aquellos que asumimos el arte como un desafío frente a los paradigmas de una estética envilecida, cuando descubrimos en Santa Fe de la Laguna la historia del México insondable en cada nueva acción reveladora del genio popular en el imaginario viviente de los que siguen luchando por la tierra, por la dignidad y la justicia.
Al tiempo que es un recuento de obras no documentadas en la historia del arte oficial, donde los prestigios y los currículos, se extienden en la alfombra de una discrepancia servil y complaciente. Mientras que aquí hemos buscado desentrañar una apasionada búsqueda de integración entre la realidad y la utopía, o más bien, entre Utopía y Realidad, donde la propiedad privada de los bienes de producción intelectual y de significación ha sido abolida, donde no hay desacuerdos sociales, ni diferencias entre sujetos y objetos de una misma historia. En este recuento de experiencias y reflexiones, propiciadas por el Taller de Investigación Plástica en Santa Fe de la Laguna desde 1979, se busca redescubrir la conexión entre utopía, arte y poder de significación, como un sueño posible cuando la realidad histórica se presenta como un escenario privilegiado de producción del poder autónomo comunitario, a nivel individual y masivo, comunitario y de élite; cuando el arte cumple su función esencial de liberar las tensiones colectivas en energía estética, sensible, imaginativa, etc., para transformar la realidad enajenada de la versión de los vencidos, y transformarla en creación multitudinaria realizada sobre los acontecimientos que trascienden la utopía, a partir de las nuevas relaciones inéditas, autodidácticas e inmediatas, inventadas a través de insólitas imágenes y producciones estéticas surgidas de la participación activa de los habitantes comprometidos con la lucha histórica.
________________________
Cita bibliográfica:
[1] Tomas Moro, Santo, Utopía. Ed. Colección Austral. 1981. México.
[2] Cárdenas de la Peña, Enrique. Vasco de Quiroga, precursor de seguridad social. Ed. Instituto mexicano del Seguro Social. México. 1968.
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*PRIMERA PARTE DE LIBRO: ARTE: UTOPÍA Y REALIDAD. En los Imaginarios Creativos de un Pueblo en pié de lucha: Santa Fe de la Laguna. (1979-2014).
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