La problemática que nos aqueja en nuestras comunidades cada vez busca asfixiar nuestra imaginación en el ámbito de buscar nuevas formas de organización social, y es así que se desborda la gente en la movilización y en la violencia, como si no hubiera otras estrategias sociales y de organización pacifica para poder avanzar en dichas exigencias.

Como Cultura P'urhépecha en algún momento se está a la defensiva y el lenguaje en el momento de la provocación; es la reacción y viene la violencia desenfrenada en algunas circunstancias, como respuesta a las agresiones del poder, esto nos lleva a revisar otras experiencias y otros personajes de la historia de la humanidad y por ello ahora recurro a la historia y trayectoria del líder y al libertador de las conciencias sudafricano de la no violencia a Mandela.

Nelson Rolihlahla Mandela nació en la aldea de Mvezo el 18 de julio de 1918. Como otros jóvenes de su generación, su niñez estuvo dividida entre la tradición y una modernidad que buscaba relegarla. Su padre, un hombre grande e imponente que tenía cuatro esposas y 13 hijos, era tradicionalista; su madre, la tercera esposa, no lo era del todo. A los nueve años quedo huérfano y debió ir a vivir con un pariente paterno-otro líder tribal, quien le inculcó una buena instrucción y el deseo de escolarizarse. Siempre en un medio tradicional, a los 16 años se sometió al ritual de la circuncisión, símbolo del ingreso a la edad adulta, Como Gandhi, estudio derecho.

Los nombres de Mandela son cinco: Madela: el apellido colonial de sus ancestros; Nelson: el nombre que le dio su maestra el primer día de clases en la primaria, para identificarlo; Rolinhlahla: nombre de pila que, irónicamente, quiere decir, “el que perturba el orden”; Dalibhnga: fundador del parlamento, y Madiba: nombre otorgado por su clan y que significa “reconciliador”. La complejidad de una sociedad como la sudafricana, donde el poder político y el económico han estado ligados a una cuestión racial, es una inmejorable arena social para el surgimiento de figuras como Mandela. Un hombre infatigable que en la ciudad trabajo como consejero, cobrador, abogado y productor de los espectáculos, antes de ser jefe de guerrilla y hombre de estado.

Bajo el signo de estos apelativos el futuro líder inicio su militancia en el Congreso Nacional Africano, que buscaba la liberación de su pueblo oprimido. Su activismo fue notable y lo llevó más de una ocasión a la corte y a la clandestinidad. El Nelson Mandela que conocemos hoy y que esta agonizante en un hospital, el gran símbolo de la libertad, y comenzó a gestarse en 1963, cuando fue condenado en el proceso de Rivonia a una pena de cadena perpetua en la prisión de Robbben Eiland 27 años de prisión. Fue aquí donde se forjó la leyenda, fue aquí donde el prisionero 46 mil 664 aprendió a controlar su obstinación y a respetar la voluntad de la colectividad. Fue aquí también donde la maquinaria del totalitarismo consiguió que su nombre comenzara ser olvidado, sobre todo en la escena internacional, polarizada entonces por la guerra fría, (1) objetivo que no lo lograron porque siempre estuvo escribiendo y enviando cartas a su pueblo.

En nuestro país actualmente estamos inmersos a una lógica de violencia brutal, como sinónimo de la falta de valores y la desesperación, así mismo estamos viviendo en nuestras comunidades P'urhépecha, donde en cualquier momento se expresa y se manifiesta la violencia. No vemos en el ámbito local dirigentes serios y que sean focos unificadores, así como fuentes de inspiración en la lucha por los derechos civiles y indígenas, desde lo local de manera pacífica e incluyente. Tal parece que nadie está dispuesto a doblegar las soberbias y las arrogancias, para regresar a la humildad y así empezar a dialogar y respetar a la voluntad de las mayorías. Siempre van por delante las altanerías antes de que sus propias obras, acciones e ideas hablen por ellos.

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(1).- El culto a Mandela, (Reportaje), José Abdón Flores, Paris, Periódico Milenio. 30 de Junio del 2013.