Con la recreación del simbolismo los purépechas ejerce su derecho a revitalizar su cultura.

Conguripo, Angamacutiro, 31 de enero.- Por las tierras de la caminata del Fuego Viejo que ayer se extinguió después de arribar a Conguripo (punta de ríos), la lengua purépecha continúa evaporándose. No es propio de esta zona, si de consuelo queda, pues por la misma película han pasado tantas otras en el mundo, como ahora mismo ocurre a cientos de lenguas vivas que han dado voz a la historia humana.

El jefe de tenencia recibe a los andantes, y tras la cortesía, les pide, en representación de los cientos que lo acompañan, que “tomen posesión inmediata de Conguripo, su pueblo”, donde habría muerto el último gobernante del señorío purépecha prehispánico. Pero se disculpa también de no hablar “su dialecto”, les dice. Y claro, no tiene por qué hablar la lengua, que no dialecto, pues si ésta se evapora donde se hablaba, difícil es que prenda donde no ha cantado por las mañanas.

Y es que de muy poco han servido y servirán institutos lingüísticos como el nacional ya con años en su haber, o el estatal de reciente creación, si éstos no tienen el poder de frenar y revertir, eventualmente, esa tendencia decadente de estos verdaderos patrimonios de la humanidad. Pero la propia autoridad del pueblo sembró una clave en su saludo de bienvenida: “no hablaré su dialecto pero vamos a hablar de corazón a corazón”, alcanzó a decir antes de que un cohete rompiera el cielo que ya escupía las primeras gotas después de una sequía.

De corazón a corazón, ha dicho, que bien puede traducirse en voluntad, solidaridad, cariño. No se puede hablar o dejar de hablar una lengua por decreto, es cierto. Y tal vez sea corazón lo que falta a esa obligación que por ley tiene el Estado mexicano, para crear condiciones para que ésta y las más de 60 lenguas indígenas de México, ensanchen su valía social, por así decirlo, y sirvan para comunicarse más allá del ámbito familiar o comunitario. La pregunta implícita que muchos se hacen ahí donde sigue evaporándose, es para qué hablar o enseñar la lengua a hijos y nietos si no les servirá en la escuela, en la universidad, en el trabajo. No es sólo una decisión personal de ver quién quiere hablarla, ni puro corazón, sino de asegurarle un sentido en el mundo real de la educación y el empleo, en las instancias de poder, en el entramado institucional… ¿para qué hablar la lengua?

Al respecto, la Ley General de Derechos Lingüísticos, palabras más o menos, determina que todos los maestros adscritos a comunidades indígenas hablen la lengua, con todo lo que implica desde el nuevo enfoque de la interculturalidad. Y dice también que las dependencias gubernamentales deben traducir y disponer todos los trámites en las dos lenguas, lo cual implica no sólo personal apropiado sino que se otorgue un lugar de cierta igualdad y funcionalidad; y va más allá, al responsabilizar al gobierno para que de sus tiempos y espacios libres en medios de comunicación se ceda un porcentaje a las lenguas indígenas, y para que promueva ante los otros medios, su apertura para que reflejen la pluralidad lingüística y cultural.

La ley debe cumplirse, pues no se trata de una disputa de cosmogonías, a propósito de que la recreación del simbolismo del fuego recuerda también el derecho de los pueblos a revitalizar sus culturas.

Una vez que el Fuego Viejo se entregó a los nuevos cargueros de la comunidad sede, con algo más que llovizna fundida al humo picante de pirul y encino, un coro de niñas entonó un repertorio que pasó revista a Juan Colorado, Caminos de Michoacán, Cielito Lindo y, por supuesto, Flor de Canela, en un anticipo de lo que será el largo programa de hoy 1 de febrero, que concluirá con el encendido del Fuego Nuevo y la designación de la nueva sede para el año siguiente.

Los primeros que se retiran de la plaza iluminada por el busto en color oro de Tangaxoan II, son los cargueros de Jarácuaro que cumplieron a cabalidad, entre ellos las maestras Elia y Gloria Macario; las artesanas Amelia Morillo, Juana Sebastián, Amelia Constantino; y muy especialmente, la familia pilar de la caminata de más de 100 kilómetros, encabezada por los señores Adeodato Tapia y María Rosa Ramos, y sus hijos Genaro y Germán. En cada sitio por donde pasaron se les dio el aplauso que aquí, en estas letras, se multiplica.

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Fuente: Tatá Martín Equihua Equihua. Periódico "La Jornada Michoacán".