Cuento en honor a un gran amigo; Ceferino Sebastián Valdez. (extinto)
Por: Pablo Sebastián Felipe.
Comachuén Michoacán, 2004-2011.

Al cantar de los gallos, en la madrugada de un mes de diciembre, fría cómo suele ser en la sierra, un niño llamado Carlitos, dormía sin ninguna preocupación en una cama de madera, sobre una piel curtida de venado, cobijado de un sarape de lana, cuando de repente su abuelo Ceferino lo despertó, ¡hijo, hijo!, Carlitos despiértate, levántate tenemos que ir a ver la vacas en el potrero. Carlitos se levantó y ambos partieron rumbo al potrero, que se ubicaba al oriente del pueblo, acompañados por su perro llamado “tsípinhari” (rostro alegre), al caminar cierta distancia sin comentario alguno de los dos, fueron despertados por el cantar de los pájaros y el sonar de las campanas del pueblo que se oían a lo lejos, Carlitos con pasos mas cortos que su abuelo, comenzó ver como nacían los primeros rallos del sol y que alcanzaban a escaparse de las montañas, al ver tantas cosa que lo rodeaban, empezó a interrogarse así mismo, y a preguntarle a su abuelo, ¡abuelo, abuelo!, ¿por qué el sol es tan admirado y respetado por todos nosotros?, ¿por qué dicen que es nuestro taáti, nuestro padre, nuestro comienzo?, ¿dime por qué abuelo?, y tan sorprendido su abuelo por las preguntas que le hacia Carlitos, respondió, camina hijo ya vamos a llegar, pero Carlitos le insistió, ¡abuelo dímelo!, el abuelo al ver el interés de Carlitos en aprender algo de aquel mañana le dice, descansemos y sentémonos aquí donde se ven nuestros campos, te contaré lo que me contaron mis abuelos, lo que vienen contando los mayores, siéntate hijo. Dicen los mayores que nuestra vida esta regida por cinco soles, cinco mundos, cuatro que han pasado y una en la que vivimos, cada una tuvo su propio tiempo, su momento y así se fueron, terminaron.

Dicen que el primero fue el sol del agua. Fue la creadora de las cosas, el que dio vida a todo y todo viviera, así Carlitos, el mundo del agua lo vemos aún en el lago de Pátzcuaro, en el lago de Zirahuén, en los ríos de nuestra montañas, en los ojos de agua, en las lluvias, en los pozos de nuestras casas, en el roció de ésta mañana, en el agua del huaje que llevas en tus hombros, así fue el mundo del agua, pero tuvo que acabar por ver nacer otro mundo.

El mundo de la tierra, que fue el segundo, en ella nacieron estos grandes cerros que nos cobijan, nacieron muchos volcanes y uno de los mas jóvenes que lo vi nacer en nuestras tierras, el Paricutín, ¡Mira Carlitos!, aquel que se ve allá, el cerro de la virgen, que nos cuida como unos pollitos extendiendo sus alas, y vez más allá, el cerro de Tancitaro, el cerro del águila, uno de los viejos guardianes de nuestros pueblos, y éste cerro de la Bandera que hoy nos acurruca, nacieron cuando era el día de la tierra, así Carlitos, este puño de tierra, es nuestra imagen y semejanza, porque en ella nacemos y morimos, en ella nos alimentamos, en ella viviremos, ésta tierra Carlitos, es nuestra madre, nuestra madre tierra, así se hizo nuestra tierra, nuestra casa, pero como el anterior, este mundo tuvo que dar oportunidad al otro.

El mundo del viento, el viento que ha tenido la tarea de darle forma y figura a nuestras montañas, a nuestros campos, el que ha multiplicado nuestra vegetación, el que nos da estas flores, el que nos regala las nubes, la lluvia. Es el que dota de instrumentos para que canten los árboles, que vuelen las aves, que podamos respirar, que nuestros oídos escuchen, así fue el sol del viento, después dicen los mayores que vino otro.

El sol del fuego, el mas querido por ellos, el mas recordado por nosotros, porque es nuestro Dios; fuego grande (kurhíkua k'eri), nuestro padre y madre, porque nos hace reunirnos en la Parhánkua (fogón) para conversar, para escucharnos, para perdonarnos, es el que nos acompaña en la oscuridad para esperar el amanecer, es el que hace que nuestros alimentos sean provecho de todos, es la llama de nuestros corazones para estar vivos, es nuestro padre y madre Carlitos.

Así tuvieron que pasar cuatro soles para darnos vida, para darnos la eternidad, la existencia de mis mayores, así nuestros tatarabuelos, nuestros abuelos fueron creados, son los hijos de los cuatro soles, pero el último.

El quinto sol, que hoy lo vivimos, es para acompañarnos en este peregrinar de nuestros pueblos, para que nosotros, tú hijito mío, puedan tener las cosas que nuestros abuelos soñaron, un mundo más justo, más digno para nosotros, los olvidados, dónde puedan hablar nuestra lengua P’urhé sin malos ojos, donde vivan siempre con nuestras tierras, con nuestras montañas, con nuestros mayores, así será el Quinto Sol, sol radiante como lo viste al amanecer escapándose de las montañas para ser visto, así queremos que nuestro mundo sea, así queremos que tu mundo sea, así harán su mundo, para que puedan esperar otro mundo más... Al contar todo eso Don Ceferino se quedo callado por unos instantes, y Carlitos quería oír más, y le dijo, ¡abuelo! ¿por qué lloras? ¿por qué le suspiras al cielo?, mientras Ceferino le respondía, ¡Hijo mío!, Carlitos, muchas cosas han pasado en nuestros pueblos y muchas cosas más vendrán, pero eso te lo contaré en otra ocasión, y ahora vamos porque es tarde y tenemos muchas cosas por hacer, y aparte te estarán esperando tus padres.

Carlitos y Don Ceferino continuaron su camino, pero al partir Carlitos con sus pasos mas cortos que su abuelo, suspira diciéndole a su perro, vamos tsípinhari, el abuelo nos necesita...