Por: Gerardo Mora Camacho / Periódico "Cambio de Michoacán"

Lo que está ocurriendo en Cherán, Michoacán, y en toda la Meseta Purépecha es un problema que debiera interesarnos a toda la población. En primerísimo término por simple humanidad y solidaridad hacia un pueblo asediado por grupos poderosos, interesados en los bienes y recursos comunitarios que ellos han tenido voluntad de cuidar; pero si esto no fuera suficiente motivo, deberíamos estar interesados porque Cherán representa la actitud de no dejarse imponer más voluntad que la propia. Seguramente usted recordará lo que pasó en el norte, cuando un célebre personaje decidió esperar y enfrentar, hasta el último hálito de vida, hasta la muerte, a quienes le habían anunciado que irían tras de él y sus bienes. Algo semejante ocurre aquí, solamente que a escala de una población completa.

No es la primera ocasión que ocurren situaciones como ésta. A lo largo del siglo XX toda la zona fue sometida a poderes externos que explotaron sus recursos a diestra y siniestra, con la complacencia del poder estatal y varias veces a sangre y fuego.

Los primeros 30 años del siglo XX, y ya desde poco antes, empresas de capital norteamericano se enseñorearon en toda la zona. Durante tres décadas saquearon los recursos forestales de toda la región. El General Cárdenas las expulsó, pero abrió la puerta para que empresarios nacionales, bajo otros esquemas, continuaran expoliando a las comunidades y sus bosques.

Hace varios años nos decía un anciano de Capacuaro que todas las comunidades tenían su sacerdote, su antropólogo y al empresario forestal, dueño de aserradero local que sacaba madera en grandes cantidades, pagándoles precios irrisorios.

Solamente después de que ya no fue rentable, los madereros de las ciudades que rodean a la Meseta Purépecha dejaron el negocio. Para entonces surgió otro esquema: se financió a miembros de las comunidades, pequeños talleres de sierra-cinta que se dedicaron a producir caja de empaque para frutales y hortalizas. El comprador aseguraba de ese modo, la caja sin los riesgos de la ilegalidad. Los talleres proliferaron por cientos en cada comunidad, hasta que los recursos comunales propios se agotaron. De ese modo Capacuaro, San Lorenzo, y demás poblaciones punteras en este negocio, empezaron a buscar la madera en las comunidades vecinas. Al mismo tiempo surgieron los carpinteros, que los había, pero en pequeñas cantidades. Este tipo de establecimientos sustituyó a las innumerables sierra-cintas cuando la madera escaseó.

Así funcionaron las cosas durante unos 20 años, hasta que poco a poco los bosques ya no dieron para más.

En la región los principales beneficiarios de los bosques están en las ciudades y son tanto los pequeños empresarios madereros como la sociedad en general que consume madera ilegal en forma de muebles, tablas para la construcción y, en otro tiempo para los empaques de fruta. Las comunidades purépecha, todas -tanto las agredidas como las agresoras- son en realidad víctimas de procesos de capitalización y urbanización de las ciudades que rodean a la Meseta Purépecha: Uruapan, Zamora, Los Reyes, Peribán, Zacapu, etcétera. Los bosques se acabaron porque las ciudades demandaron grandes cantidades de madera y porque en la zona indígena había condiciones de pobreza.

Sí, hubo quienes desde el interior de las comunidades se beneficiaron más que otros; pero desde la perspectiva de la economía de prestigio que finalmente redistribuye los beneficios.

Por eso Cherán representa la decisión de un pueblo completo de no dejarse pisotear, ni herir, ni matar, ni saquear por los grupos de poder que con distinto nombre durante siglos han hecho lo que han querido con la sociedad purépecha y sus recursos.