El muralista José Luis Soto González, pintor y muralista muy reconocido, que incluso pintó por primera vez lo que hoy es la Bandera P'urhépecha, y ha dejado de herencia decenas de murales como el del portal de la plaza principal de nombre "Esta Comunidad ha dicho Basta" en la comunidad de Santa Fe de la Laguna, "Juchari Uinapikua", Nurio, Michoacán, entre otros. Él tambien considera que el festejo del Bicentenario de la Independencia carece de sentido porque los pueblos indígenas siguen pidiendo justicia; la libertad, la igualdad, para ellos siguen siendo promesas.
FOTO: IVÁN SÁNCHEZ, durante la entrevista. / La Jornada de Michoacán.
No hay mucha diferencia entre las condiciones que imperaban en la sociedad mexicana anterior a la Guerra de Independencia y la de nuestros días, lo que nos impide “ver este festejo (por el Bicentenario de esa guerra) como un simple festejo de oropel, eso no tiene sentido”, pues hoy como hace 200 años, permanece el cuestionamiento básico: “¿quiénes somos? y el Ejército Zapatista (en Chiapas) nos habla de que los pueblos indígenas siguen pidiendo justicia; la libertad, la igualdad, para ellos siguen siendo promesas”.

Desde su perspectiva como artista plástico, el muralista guanajuatense radicado en Michoacán, José Luis Soto, coautor del mural instalado en el nuevo Palacio de Justicia de Morelia, entre otras obras, considera que el gremio de los artistas visuales mantiene en vigencia su compromiso social, pues “nuestra imagen ante el mundo es la Escuela de Pintura Mexicana, pero ésta llevada a una renovación”, lo que se explica con el hecho de que “la historia se está reescribiendo siempre”.

Entrevistado al pie del mismo mural, Soto aseguró que “tenemos la obligación de fundamentar nuestros símbolos, nuestras visiones; no se trata nada más de improvisar, y la pintura, el arte público, tiene ese compromiso con la gente. El personaje principal, para mí, es el pueblo de México y debemos partir de una intencionalidad cero, es decir, plantearnos (los temas) desde el territorio del arte, plantearlos como un reto generacional, en mi caso me identifico con la generación del 68, a partir de eso hago la investigación sobre mi obra”.

Pero esa postura incluye también la repetición de la historia misma en cuanto al papel del arte en la interpretación de los hechos, y donde el gremio artístico, en este caso el visual, se ve en la necesidad de exigir su propia libertad para plasmar su discurso, ya que “cuando el estado requiere una intervención (de los artistas), lo primero que hacemos es defender nuestra libertad, nuestra forma muy personal de decir las cosas; entonces hay cierto entendimiento implícito porque nosotros no podemos ver el tema desde lo personal: es la historia mexicana y tenemos que hacer un distanciamiento entre las obras particulares y aquí (en el mural) está la obra cumplida”.

Sin embargo, el proceso de sustentar esos simbolismos patrios y que se sintetizan en las sucesivas banderas utilizadas por el pueblo mexicano, desde el estandarte guadalupano que enarboló Miguel Hidalgo hasta la incrustación del águila y la serpiente sobre un lienzo tricolor, exige también recurrir a cierta iconografía fácilmente detectable para la población, como las pirámides prehispánicas, pero que en sí mismas representan dos interrogantes: ¿logramos ya unir el pasado indígena con la actualidad mestiza? o ¿sigue vigente la separación de castas, en lo económico y cultural, que originó la Guerra de Independencia?

“El Ejército Zapatista (de Liberación Nacional) nos habla de que los pueblos indígenas siguen pidiendo justicia; la libertad, la igualdad, para ellos siguen siendo promesas. Estamos hablando de preguntas hechas con imágenes (en el mural, las pirámides translúcidas se colocaron sobre lo que hoy es el Palacio Nacional, en la ciudad de México), y se colocaron allí porque ahí estaba el Templo Mayor, porque sigue siendo el centro de los poderes desde hace muchos siglos y es el centro del recinto sagrado de los mexicanos, parece ser que ahí se concentran todas nuestras preguntas”, explicó.

Tal como puede esperarse al observar la continuidad de las cosas, es evidente que muchos otros fenómenos sociales contienen esa misma continuidad, aunque ahora con una dualidad positiva-negativa, como la permanencia de una identidad indígena que se niega a desaparecer, y los esfuerzos también vigentes por exterminarla en base a la negación.

“Y todo sigue vivo, hay que ir a las regiones más empobrecidas de Veracruz, de Puebla, aquí mismo donde están los nahuas de la Costa, y parecen ser culturas pretéritas pero no es cierto, son culturas vivas y dinámicas, dinámicamente contestatarias y hay que ver sus radios comunitarios continuamente allanadas por el Ejército; hay que entender eso, el por qué todavía son vigentes las propuestas de (José María) Morelos, y por eso él está ahí (en el mural), porque todavía está presente el México profundo”.

Pese a toda la aportación que puede hacer el arte plástico mexicano a la interpretación del país desde lo histórico, José Luis Soto señaló una deficiencia vigente en nuestros días y que parece brotar del sistema educativo imperante: “la pintura histórica se ha dejado de lado por las nuevas generaciones, desgraciadamente, pero creo que los medios no se eliminan uno al otro y así como la televisión no eliminó a la radio ni al cine, creo que la pintura mural, que ya tiene cerca de 4 mil años en este continente, no va a perecer. Hay una vigencia absoluta: estamos frente a este mural que de alguna forma lo comprueba”, puntualizó.

Pero esa postura incluye también la repetición de la historia misma en cuanto al papel del arte en la interpretación de los hechos, y donde el gremio artístico, en este caso el visual, se ve en la necesidad de exigir su propia libertad para plasmar su discurso, ya que “cuando el estado requiere una intervención (de los artistas), lo primero que hacemos es defender nuestra libertad, nuestra forma muy personal de decir las cosas; entonces hay cierto entendimiento implícito porque nosotros no podemos ver el tema desde lo personal: es la historia mexicana y tenemos que hacer un distanciamiento entre las obras particulares y aquí (en el mural) está la obra cumplida”.

Sin embargo, el proceso de sustentar esos simbolismos patrios y que se sintetizan en las sucesivas banderas utilizadas por el pueblo mexicano, desde el estandarte guadalupano que enarboló Miguel Hidalgo hasta la incrustación del águila y la serpiente sobre un lienzo tricolor, exige también recurrir a cierta iconografía fácilmente detectable para la población, como las pirámides prehispánicas, pero que en sí mismas representan dos interrogantes: ¿logramos ya unir el pasado indígena con la actualidad mestiza?, o ¿sigue vigente la separación de castas, en lo económico y cultural, que originó la Guerra de Independencia?

“El Ejército Zapatista (de Liberación Nacional) nos habla de que los pueblos indígenas siguen pidiendo justicia; la libertad, la igualdad, para ellos siguen siendo promesas. Estamos hablando de preguntas hechas con imágenes (en el mural, las pirámides translúcidas se colocaron sobre lo que hoy es el Palacio Nacional, en la ciudad de México), y se colocaron allí porque ahí estaba el Templo Mayor, porque sigue siendo el centro de los poderes desde hace muchos siglos y es el centro del recinto sagrado de los mexicanos, parece ser que ahí se concentran todas nuestras preguntas”, explicó.

Tal como puede esperarse al observar la continuidad de las cosas, es evidente que muchos otros fenómenos sociales contienen esa misma continuidad, aunque ahora con una dualidad positiva-negativa, como la permanencia de una identidad indígena que se niega a desaparecer, y los esfuerzos también vigentes por exterminarla con base en la negación.

“Y todo sigue vivo, hay que ir a las regiones más empobrecidas de Veracruz, de Puebla, aquí mismo donde están los nahuas de la Costa, y parecen ser culturas pretéritas, pero no es cierto, son culturas vivas y dinámicas, dinámicamente contestatarias y hay que ver sus radios comunitarios continuamente allanadas por el Ejército; hay que entender eso, el por qué todavía son vigentes las propuestas de (José María) Morelos, y por eso él está ahí (en el mural), porque todavía está presente el México profundo”.

Pese a toda la aportación que puede hacer el arte plástico mexicano a la interpretación del país desde lo histórico, José Luis Soto señaló una deficiencia vigente en nuestros días y que parece brotar del sistema educativo imperante: “la pintura histórica se ha dejado de lado por las nuevas generaciones, desgraciadamente, pero creo que los medios no se eliminan uno al otro y así como la televisión no eliminó a la radio ni al cine, creo que la pintura mural, que ya tiene cerca de 4 mil años en este continente, no va a perecer. Hay una vigencia absoluta: estamos frente a este mural que de alguna forma lo comprueba”, puntualizó.

[cell class=spoiler]Por ÉRICK ALBA → Miércoles 1 de septiembre de 2010 → Cultura → La Jornada de Michoacán[/cell]