[Un escrito de: Filiberto Ramos]

Dicen que solo espanta a los que son muy Kauïchas (borrachos), siempre se han contado esas historias de alguien que fue encontrado ahogado allá por la orilla entre el lodo, el tule o como si de la cruda ya amaneciendo hubieran querido bajar a tomar agua de la laguna, así cuentan aquellos que dicen han visto a alguien que se lo llevó “La Miríngua”.

Al último que le pasó fue a mí abuelo Tatá Antonio Cazares, a según ya lo andaba siguiendo desde meses pero nadie le creía, lo tomaban de borracho, mentiroso y miedoso, pero hubieran visto su cara cuando llegó a tocar la puerta aquella noche, parecía charháku (muchachito) todo chónharhini (miedoso).

Pobre abuelo dejó de pegar esos ojos de tukúru (buho) hasta no hacer móndani (vaciar) la olla de mezcal que le serví, fue hasta después que me pudo decir que la había visto, que le había hablado igualito como su señora, parada enfrente de él con la misma ropa y el mismo palo ese que usa para no dejarlo pasar cuando llega amaneciendo.

Le dije a poco te pasó eso, no habrás imaginado y en verdad era tu señora pero por lo empachado de su susto sabía que me decía toda la verdad hasta me lo juró por San Pedrito y eso que mi abuelo nunca va a misa.

Dice que cuando se le apareció ya andaba muy kauícha (borracho) pero se acordaba bien de todo por eso tanto susto pero es que ya le tocaba un buen sustito, ya no le paraba, como era su costumbre no veía si era lunes o miércoles si era de día o de noche si eran días de guardar o de fiesta, el abuelo siempre se las arreglaba para conseguir un trabajito en la semana y sacar unos centavos pa’ irse con su kúmbe (compadre) Tatá Pancho o con aquel que le dicen el Tío Sapí y conseguir su botellón de a litro de alcohol con refresco y parrandearse hasta que Dios le diera a resistir.

A ver cuéntame bien le dije, dónde la viste, y me empezó a míiuni (contar) -allá por el zapote viejo cuando venía subiendo, pero te juro hijo que pensé que era mi mujer si hasta le dije pa’ qué me buscas yo voy a llegar solo pero se me hizo raro que no me reclamara, si hasta me dijo a poco no tienes hambre, yo por eso vine pa’ que vayas a echarte un taco y si quieres ya después te sales otra vez.

Pero dice que empezó a ver raro, que en vez de regresarse por el camino por donde según había visto venir a su señora le dijo que se fueran rodeando el panteón pa’ que la gente no los viera y subir pa’ arriba por la calle que daba al solar de Don Venturo. Y cómo desconfiar si llevaba la forma de su mujer, la misma ropa, el mismo reboso de siempre y el palo ese viejo de la tranca.

Fue hasta que esa cosa se empezó a alejar más y más repitiendo apúrate que va a llover -lo interrumpí- la miríngua, contestó que sí y se persignó con la virgencita que tengo colgada en la cocina.

Pero pues mi abuelo Cazares de tan borracho ni cuenta de donde pisaba, sino hasta que empezó a sentir en la planta de las botas viejas entrar la humedad del lodo que se metía de a chorritos por los hoyos en la suela, fue cuando entró en razón y pensó bueno pues aquí por este camino nunca hay agua por qué siento lodo en las botas, y fue cuando haciendo su esfuerzo de sobrio, medio abrió los ojos para divisar que había bajado casi hasta la orilla donde están los lavaderos y el lodo es más espeso, ya cuando se dio cuenta del asunto le dijo a su mujer, bueno pues eres o no eres tu viejita y que no le contestó.

El susto le regresó y me pidió otra hoya de mezcal, solo así le pudo segur el hilo a su historia diciendo que aquella cosa, la miríngua, no pisaba en el lodo que solo flotaba con las anahuas colgando, llamándolo por su nombre; ¡Antonio, Antonio, Antonio! Y en la tercera sepa Dios de dónde sacó fuerzas pa’ correr y mientras me contaba eso volvió a echar esos ojos de tukúru y su cara se veía pálida, pálida como cuando alguien está muy empachado.

No'pos dice que corrió como manada de burros alborotados, olvidando su borrachera y su botella a medio tomar allá por los lavaderos, persignándose con cada santo que recordaba, cientos de rezos de padres nuestros, doscientas aves Marías y una docena de mándas.

Habrá sido la vieja suerte que se levanta y se acuesta con los aventurados borrachitos pues si mi abuelo se hubiera quedado dormido mientras andaba el camino, segurito le hubiera tocado, por eso ahora ya le paró a su copa y se le ve pasar cada jueves rumbo a la iglesia pa’ oír la misa, pero eso sí saliendo directo a su casa y no camina por una calle si ve que está oscuro, pues aunque sabe que la miríngua solo espanta a los que son muy kauíchecha (borrachos) no vaiga a ser la de malas y se lleve otro buen sustituto.



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Fotografía / Pintura.
Autor: Francisco Navarro Méndez.
Originario de La Piedad de Cavadas, Michoacán de Ocampo, México.

Soporte: Cartulina
Técnica: Acrílico
Temática: Figura
Medidas: 35.43 x 39.37 in